Las tecnologías nos acercan sin importar horarios ni fronteras, pero desde nuestra empresa de muebles de alquiler coincidimos con las evidencias científicas que defienden la necesidad del contacto físico para el bienestar emocional y la calidez de las relaciones humanas. La incursión del COVID-19 en nuestras vidas nos obligó a un distanciamiento social sin precedentes y, por supuesto, era indispensable hacer uso de todas las herramientas digitales para facilitar las comunicaciones y evitar que el aislamiento fuera aún peor. Sin duda, las teleconferencias, vídeo llamadas y chats, en todas su modalidades, hicieron mucho más llevadero el confinamiento y permitieron que la actividad laboral, social y cultural no quedara completamente paralizada. Sin embargo, comienzan a aflorar resultados de investigaciones que relativizan el éxito de estas estrategias y piden un análisis más sosegado, basándose en el funcionamiento del cerebro humano y de las relaciones sociales.
La prestigiosa revista The Economist publicó un informe en el que indica que los debates en las juntas online disminuyeron notablemente porque cuando hay un encuentro físico, nuestras intervenciones están condicionadas por la mirada. Nuestros ojos nos permiten identificar las reacciones de los demás a través de sus gestos, del movimiento de sus manos y, en definitiva, de la comunicación no verbal. Podemos intuir, rápidamente, si nuestra moción tendrá acogida o no según el clima que vamos detectando en la reunión y con base en esa “temperatura del ambiente”, medimos nuestras palabras. En un encuentro virtual, estamos fijos en la pantalla y nuestro cerebro no puede captar todo lo que sí logra en una reunión física, de manera que hay menos cuestionamientos o controversias de las que podría esperarse en una junta “de verdad”.
Las interrupciones propias de los encuentros virtuales también se interpretan como ruido en la comunicación. La imagen congelada, el sonido entrecortado, las interferencias, las pausas largas y los inconvenientes con la conexión a Internet ponen a prueba la paciencia de cualquiera y limitan la capacidad de respuesta en las reuniones. En este sentido, los expertos en psicolingüística destacan la importancia de la claridad en el lenguaje como primer factor para la comprensión y entre tanto “ruido” es complicado que las comunicaciones sean efectivas porque entramos en un bucle de “fatiga lingüística”. Es decir, mientras más esfuerzo tenga que hacer el cerebro por compensar los retrasos, incoherencias, silencios e incluso, voces que se solapan, menos concentración conseguimos.
Como expertos en mobiliario de diseño para eventos hemos asistido a múltiples certámenes y hemos constatado que mientras más cómodas se sienten las personas, más predispuestas están a intercambiar conocimientos. Este confort no solamente se mide por el entorno físico en el que se mueven, sino también por la calidez de las relaciones. Incluso en eventos en los que apenas estamos conociendo a los demás asistentes, el contacto físico mediante un apretón de manos rompe el hielo y permite establecer un primer acercamiento con confianza. Susan Greenfiels, neurocientífica de la Universidad de Oxford, ha estudiado la adicción que producen las pantallas y considera que la imaginación y la creatividad se ven limitadas por el formato que imponen las nuevas tecnologías: menús, desplegables e iconos predefinidos que nos demarcan unos parámetros. En cambio, cuando podemos poner en común el pensamiento de diferentes personas e interactuar libremente con ellas, nuestro potencial creativo se despliega con mayor facilidad.
Así que, valorando positivamente el aporte de las nuevas tecnologías y teniendo en cuenta que siguen siendo vitales para acortar distancias y agilizar comunicaciones, desde nuestra empresa de alquiler de muebles para eventos en Barcelona, queremos lanzar una reflexión profunda sobre la importancia de las relaciones interpersonales. Tanto la tecnología como el contacto físico se pueden complementar y son vitales para la estimulación de los sentidos. Está claro que no podemos prescindir de la tecnología pero tampoco podemos delegar en ella toda la carga emocional y sensorial que durante siglos ha moldeado nuestro cerebro para mejorar las relaciones humanas y potenciar la creatividad.